jueves, 11 de julio de 2013

Cuando JULIO trae RECUERDOS

Fotos: Juan Echeverria / Texto: Belen Alvaro
 
Como no querer a cada una de aquellas grietas. Algunas desconchadas y abiertas como heridas recientes. Las acariciaba cada vez que el recuerdo se hacía dulce e insoportable, cuando la vuelta atrás por la línea de la vida era inevitable.

 
“¡Nueva York!”, “¿Cuándo te marchas?”, “Tráeme algo, cualquier cosa, la etiqueta de una botella de leche”. La fascinación que la metrópoli despertaba le pareció siempre sospechosa, pero el embrujo le persiguió por las calles, debajo de aquellos edificios ingentes.

 
Aquella era una ciudad desproporcionada. Regresó varias veces, le diagnosticaron el síndrome neoyorquino, con síntomas parecidos a los de un enamoramiento indebido. Sigue en tratamiento.

 
En algún otro recuerdo, no dejaba de llover. Era de la poca gente que se desocupa y abandona a los días de lluvia. Todavía adolescente, grabó con la llave de casa en una pared blanca, que recordaba sucia: “No somos más que caminantes”.


 
El después de un pensamiento calado hasta los huesos, trae a menudo una palmera decapitada. No entiende tanta soledad ni tanta tormenta, pero al contemplar el cielo despoblándose de nubes, se perdona y olvida.


  


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